Los familiares y padrinos recibían los invitados, y se sorprendieron cuando vieron a un señor que se acercaba bien vestido, elegante, que se acercaba a felicitar a los contrayentes del matrimonio. Él fue bien atendido. De pronto se apareció un anciano todo traposo y desgastado con la flema afuera toda de color verdoso; estaba todo sucio. La gente lo observaba una y otra vez. No veían la hora en que se marche de la fiesta, pero el anciano fue a pedir un poco de comida, la gente le respondió que ya no había comida; y todos murmuraban que se fuera, porque daba un mal aspecto en la fiesta. Con la ruidosa música algunos no se dieron cuenta de que los padrinos habían planeado expulsarlo de la fiesta a las malas. Luego forzosamente lo expulsaron. El anciano se fue dando unas miradas a la fiesta.
El anciano al ser expulsado de la fiesta se encuentra con una señora embarazada. Ésta al ver al anciano sintió compasión. El anciano la observaba una y otra vez con unos ojos brillantes y llenos de esperanza. La señora al darse cuenta de la flema que le salía de la nariz, que embarraba su rostro, agarró su pollera y lo limpió. Y de inmediato se dio cuenta de que habían quedado trozos de oro. Quedando muy sorprendida la señora lo llevó a su casa. El anciano le preguntó: ¿Su esposo? La señora le respondió que sí estaba. El anciano le dijo que fuera a llamarlo. La señora fue a llamarlo. Al regreso, el esposo al ver al anciano se sorprendió y también sintió compasión.
El anciano le pidió una lliclla nueva a la señora, y ella fue a sacarla de un baúl que tenía. La señora se lo dio al anciano y él se limpió la nariz; la flema se quedó convertida en plata y se lo dio a la señora. El anciano le dijo que se marcharan del pueblo pero antes tenían que rociar todo alrededor de su casa con ceniza. Los cónyuges obedientes alistaron sus cosas.
Ya casi listos para partir, el anciano les prohibió que volteasen la mirada para atrás. Los cónyuges partieron del pueblo que seguía de fiesta, mientras que ellos seguían el camino señalado, sintieron una lluvia de arena; caminaron lo más rápido que podían, mientras que en el pueblo caía una lluvia de arena que lo estaba enterrando entero. Se sentía unos gritos que llegaron hasta la pareja que ya casi estaban perdiendo el cerro, pero tanta fue la curiosidad de ellos que, desobedeciendo al Señor, voltearon la mirada al pueblo y observaron que el pueblo se perdía en polvo, que el Señor los había castigado... Ellos por desobedecer fueron convertidos en piedra, pero el angelito de la señora que tenía en su vientre salió a los cielos.
Ellos recibieron el castigo de quedar convertidos en piedra por haber desobedecido una orden del Señor, y el pueblo desapareció porque se burlaron y por haber expulsado de la fiesta a un pobre anciano.
Hasta ahora se pueden observar las estatuas de piedra en San Cristóbal, en una parte elevada y en medio de una quebrada.
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